Ataque de pánico no es ansiedad ni que te falte el aire...
Si alguna vez has sentido que tu cuerpo colapsa sin razón aparente. Si el corazón se te acelera, el mundo se vuelve borroso, y tienes la sensación de que vas a morir, a volverte loca, o que algo muy malo va a pasar… entonces puede que hayas tenido un ataque de pánico.
Y si después de eso alguien te dijo:
—“Tranquila, no es para tanto”,
—“Tú lo que necesitas es distraerte”,
—o peor aún: “Eso está en tu cabeza”…
Entonces también sabes lo que es sentirte sola en medio de una batalla invisible.
¿Qué es un ataque de pánico?
Un ataque de pánico es una aparición súbita de miedo o malestar intenso, que alcanza su punto máximo en cuestión de minutos. El cuerpo entra en modo emergencia total. El sistema nervioso simpático se activa como si estuvieras huyendo de un león. Pero no hay león. Solo tú, tu cuerpo, y un terror sin rostro que lo invade todo.
Los síntomas más comunes incluyen:
Palpitaciones o taquicardia
Sensación de falta de aire o ahogo
Mareo, inestabilidad o sensación de desmayo
Temblor o sacudidas
Sudoración excesiva
Sensación de irrealidad (desrealización) o de estar separado de uno mismo (despersonalización)
Miedo a perder el control, volverse loco o morir
- Retortijones, diarrea o vómitos
Y lo peor no es el ataque en sí. Lo peor es el después. Esa sensación de incomprensión, de vergüenza, de miedo a que vuelva. Y la pregunta que se clava como una astilla:
¿Por qué nadie me entiende?
Tabla de contenidos
La incomprensión duele más que el pánico
Los ataques de pánico son traicioneros porque son invisibles. No sangras. No cojeas. No llevas yeso. Y entonces… parece que no hay nada.
Vivimos en una sociedad que todavía minimiza el sufrimiento psicológico, especialmente el que no se puede explicar con lógica. Y eso nos lleva a estigmatizar, a dudar de la validez del dolor ajeno.
“¿No será que exageras?”
“¿Y si es todo psicosomático?”
“Ay, eso me ha pasado a mí también, es normal.”
“¡Pero si tú lo tienes todo, no te puede pasar esto!”
Estas frases no alivian. Estas frases invalidan. Y cuando te invalidan, te aíslan. Y cuando estás aislada, el miedo se hace más grande. Y así, el círculo vicioso se refuerza.
¿Por qué se producen los ataques de pánico?
No hay una sola causa. Y eso ya lo complica todo. Pero sí hay factores comunes:
Genética: hay una predisposición hereditaria a desarrollar trastornos de ansiedad.
Factores ambientales: haber crecido en un entorno inestable, o vivir situaciones de estrés intenso o sostenido.
Experiencias traumáticas no resueltas.
Exceso de autoexigencia: personas muy responsables, perfeccionistas, controladoras (sí, muchas de nosotras).
Estilo de vida: falta de sueño, exceso de cafeína, multitarea constante.
Y hay un detalle importante: los ataques de pánico no siempre aparecen cuando “tienes problemas”. Muchas veces, llegan cuando “todo va bien”. Cuando “ya pasó lo peor”. Y eso confunde mucho más.
El doble castigo: sufrirlo y no poder explicarlo
Uno de los mayores sufrimientos de quien tiene ataques de pánico es no poder ponerlo en palabras. Porque cuando lo cuentas, suena ridículo incluso para ti. ¿Cómo explicar ese nudo en el pecho que llega sin aviso, ese miedo a que algo se rompa dentro de ti?
Incluso si te ofrecen ir al médico para que te den algo que ayude a calmarte te sientes ridícula, ¿Qué le vas a explicar al médico que no le parezca absurdo?
Y aquí entra el verdadero drama: no te entienden… ni tú misma te entiendes.
Y no es culpa tuya.
Los ataques de pánico son una alarma del cuerpo, no del pensamiento racional. No eliges tenerlos. No los provocas con tu forma de ser. No son debilidad. Son un síntoma. Y como todo síntoma, necesitan comprensión, cuidados y acompañamiento.
¿Y si soy yo quien no entiende lo que me pasa?
Si te estás haciendo esa pregunta, ya has dado el paso más importante: reconocer lo que sientes. Y desde ahí, puedes empezar a recuperar el control. Aquí algunas claves que funcionan (sí, lo digo en primera persona porque muchas hemos pasado por ahí):
🔹 Aprende a detectar las señales tempranas
A veces no es tan súbito. Notas que algo en ti cambia: un temblor, una respiración más superficial, una inquietud sin causa. Prestar atención es el primer paso.
🔹 No luches contra el ataque, obsérvalo
Este consejo puede sonar contraintuitivo, pero resistirte al ataque lo empeora. Si puedes, si te sientes capaz, repítete mentalmente: “Estoy teniendo un ataque de pánico. No me voy a morir. Esto pasará.” Dura entre 10 y 20 minutos.
🔹 Respira desde el abdomen, no desde el pecho
Coloca una mano sobre tu vientre. Respira lenta y profundamente. Cuenta hasta 4 al inhalar, aguanta 2, exhala en 6. Hazlo aunque no tengas ganas. Es el mejor ancla.
🔹 Busca ayuda profesional
Una psicóloga especializada en trastornos de ansiedad puede ayudarte a entender el origen de tus ataques, a identificar tus detonantes y, lo más importante, a no tenerles miedo.
🔹 Habla con tu círculo más cercano
No necesitas que te salven. Pero sí necesitas que te crean. Que sepan que no estás exagerando. Que esto que te pasa es real. Diles cómo ayudarte: a veces solo es sentarse contigo en silencio hasta que pase.
Cuando el cuerpo no obedece a la razón: el verdadero infierno del ataque de pánico
Estás ahí. De repente notas algo: un cosquilleo, un vacío en el estómago, una punzada en el pecho. Y aunque te dices a ti misma: “Tranquila, esto ya lo has vivido. No pasa nada. Es solo ansiedad…”,
tu corazón acelera como si estuvieras en una carrera, tu garganta se cierra, sientes que te vas a desmayar o que vas a morir.
Tu cabeza intenta razonar:
“Estoy en casa, no hay peligro, esto es solo un ataque de pánico, no es real.”
Pero tu cuerpo grita:
“¡ALERTA! ¡PELIGRO INMINENTE! ¡HUYE, ESCAPA, CORRE!”
Y ahí, justo ahí, ocurre la fractura.
Esa desconexión interna entre lo que sabes y lo que sientes.
La lógica no alcanza. El cerebro racional no puede apagar un incendio emocional que ya ha prendido en el sistema nervioso.
El miedo más profundo: perder el control
Una de las cosas más angustiantes de un ataque de pánico es esa sensación de estar perdiendo el control de ti misma. Como si fueras una espectadora de tu propio cuerpo. Sabes que no estás muriendo… pero sientes que sí. Sabes que no te estás volviendo loca… pero algo dentro de ti se descompone.
Y ahí empieza un diálogo interno lleno de impotencia:
— “Esto no tiene sentido, ya sé que es un ataque de pánico.”
— “Pero entonces, ¿por qué no se me pasa?”
— “¿Y si esta vez sí me muero?”
— “¿Y si esta vez no puedo salir?”
Esa lucha interna, esa pelea entre mente y cuerpo, es agotadora. Y muchas personas no lo entienden porque nunca han sentido cómo se desmorona el mundo dentro de una misma mientras todo afuera parece estar bien.
¿Por qué ocurre esta separación mente-cuerpo?
Es fisiología, no locura.
Durante un ataque de pánico, el sistema nervioso simpático se activa como si estuvieras en una situación de vida o muerte. Se liberan adrenalina y cortisol. Tus sentidos se agudizan, tu corazón bombea más rápido, tu respiración se acelera… porque el cuerpo cree que necesita huir o luchar.
Es decir: no importa lo que tú pienses. Tu cuerpo actúa como si estuvieras a punto de enfrentarte a un tigre en la selva.
Pero no hay tigre. Solo estás tú, en tu cama, o en el supermercado, o en el coche. Esa es la trampa: el entorno no justifica la reacción. Y por eso la mente racional entra en cortocircuito.
“Sé que no está pasando nada. Pero siento que sí. Y si lo siento, ¿no será que estoy mal? ¿Muy mal?”
Y así aparece el miedo secundario: el miedo al miedo.
Ese es el verdadero monstruo. No el primer ataque, sino el temor a que vuelva. La anticipación. El vivir en hipervigilancia constante.
Un apunte importante (y crítico): la ansiedad no se resuelve con “pensamiento positivo”
Basta ya de frases de autoayuda simplonas que invalidan el sufrimiento real:
“Solo tienes que cambiar tu actitud.”
“El poder está en tu mente.”
“Visualiza que todo está bien.”
No. A veces el cuerpo necesita rehabilitación emocional, no frases de Pinterest. A veces el sistema nervioso necesita reentrenarse, no solo “cambiar el chip”.
Por eso, la terapia con profesionales formados en trauma, ansiedad o regulación emocional es una herramienta vital. No es un lujo. Es una inversión en tu salud, igual que ir al cardiólogo si te duele el pecho.
¿Y si es alguien a quien quiero quien lo está sufriendo?
No necesitas entenderlo del todo. Pero sí puedes estar. Aquí algunas ideas:
No digas: “Tranquilízate”. No puede. No es falta de voluntad.
No preguntes: “¿Pero por qué te pasa esto?”. A veces ni ella lo sabe.
Di: “Estoy aquí. Vamos a pasar esto juntas.”
Pregunta qué puede ayudarte a hacer la próxima vez.
Y sobre todo, no minimices. Validar es acompañar.
Un mensaje a todas las mujeres que han dicho “nadie me entiende”
Puede que ahora te sientas sola, incomprendida, hasta defectuosa. Pero no lo estás. De verdad. No eres débil. No estás loca. Y mucho menos estás rota.
Lo que estás es viva, y tu cuerpo está gritando lo que tu mente lleva tiempo intentando decir. Escúchalo. Abrázate. Pide ayuda si la necesitas. Y si ya la has pedido pero no te han entendido, vuelve a intentarlo. Cambia de lugar. Cambia de personas. Pero no te calles.
Porque no estás sola. Porque cada vez somos más las que hablamos de esto sin vergüenza. Porque no es raro. Porque esto también es salud mental. Y porque, como dicen por ahí:
“No necesitas que te entiendan todos. Solo necesitas que te entienda alguien. Y ojalá seas tú misma la primera.”
💖 El susurro que protege a tu bebé: la magia del llamador de ángeles para embarazadas 💖
✨ Un suave cascabel que no solo adorna tu barriga, sino que llama a tu ángel de la guarda y conecta con tu bebé desde antes de nacer. El llamador de ángeles es el amuleto más especial para cualquier embarazada: protege, calma y crea un vínculo único entre mamá y bebé con cada delicado sonido. Te contamos su preciosa leyenda y por qué es mucho más que una joya.
La lujosa caída del héroe del influencer marketing: cuando la autenticidad se vende por likes
El influencer marketing prometía cercanía, autenticidad y conexión real. Pero con el tiempo, esa promesa se convirtió en escaparate. Hoy, entre filtros, campañas vacías y likes comprados, presenciamos la caída de un modelo que confundió influencia con consumo. ¿Qué queda cuando el storytelling se vuelve una estrategia de ventas y la vida personal, una marca registrada?
SIBO: todo lo que necesitas saber sobre esta enfermedad digestiva de la que todos hablan últimamente
¿Te hinchas como un globo después de comer? ¿Tienes gases, molestias digestivas o digestiones eternas? Podría ser SIBO, un trastorno intestinal más común de lo que parece. En este artículo te explicamos de forma clara y cercana qué es el SIBO, sus síntomas más frecuentes, cómo saber si lo tienes, qué alimentos evitar y los tratamientos que realmente funcionan. Porque cuando tu barriga habla, hay que escucharla.
Proteínas para mujeres: todo lo que necesitas saber sobre los suplementos, beneficios y fuentes naturales 🍳💪
¿Necesitas realmente un suplemento de proteínas o es solo una moda más? En este artículo te contamos, con claridad y sin tecnicismos, todo lo que una mujer debe saber sobre las proteínas: para qué sirven, cómo tomarlas de forma natural, cuándo puede ser útil suplementarse y cómo elegir la mejor proteína en polvo según tus necesidades. Porque estar fuerte, vital y bien nutrida no es solo cosa del gimnasio: es
📱 Cómo saber si un móvil tiene virus (y cómo eliminarlo paso a paso sin morir en el intento)
¿Tu móvil va lento, se calienta sin motivo o te bombardea con anuncios raros? Tranquila, puede que no esté embrujado… pero sí infectado. En esta guía clara y sin tecnicismos te explico cómo saber si tu móvil tiene virus, qué señales debes vigilar y cómo eliminarlo paso a paso, sin volverte loca ni llamar a nadie. Porque sí, tú puedes con esto (y con más). 📱💪
Cuando el cuerpo dice “basta”: ¿Qué pasa con el cansancio extremo?
Sentirte agotada todo el tiempo no es normal, aunque lo parezca. El cansancio extremo tiene causas reales, sobre todo en la maternidad y la perimenopausia. Aquí te contamos cómo identificarlo y qué hacer para recuperar tu energía.